Beto Sigala,  Notas

Brutalismo

¿Alguna vez los han timado con alguna lectura que no lleva a ningún lado? Este texto es más menos esto. Sobre aviso no hay engaño y en su salud lo hallarán.

Si México no fuera país, sería un edificio de trámites burocráticos, con gente yendo y viniendo, con falta de sellos y documentos incompletos, o gente malhumorada que perdió el interés en su trabajo desde su segunda semana de empleo. Por eso, aunque tengamos wasap y yimail, citas electrónicas y lo que se les ocurra, el futuro es un espacio inasequible en cualquier oficina de gobierno de nuestro país. Por eso, nos da frío pararnos en cualquier lugar de estos, por insignificante que sea el trámite. Ya sabemos que casi siempre la vamos a pasar mal, incluso si sólo necesitamos un pinche sello, o una misera firma; casi siempre nos espera el puño de acero del poder de escritorio.

En uno de esos días me paré en el Archivo General de Jalisco. Como es costumbre, llegué 10 minutos antes de la hora de la cita que agendé por internet. Sólo necesitaba apostillar un acta, pero entre mi trámite y yo se interponía una pandemia, tapetes sanitizantes, cubre bocas y guardias de seguridad enojados. La puerta se abrió a la 9 en punto. A uno de esos guardias con rostro de gorila se le ocurrió hacer filas. Yo quise adelantarme para preguntar cuál era la fila para la legalización de documentos, pero la gente que también aguardaba para entrar me miraba como diciendo ¨este pendejo se quiere meter¨. Me quedé esperando a la divina providencia, hasta que llegó. Le pregunté a un buen ciudadano si esa era la fila para legalizar y Dios me contestó por medio de ese hombre que llevaba una carpeta igual a la mía, y me dijo que casualmente íbamos a la misma oficina. Estaba en la fila correcta, y sólo esperando pasar el ritual anti covid -y otros demonios- para ingresar purificado de cuerpo y alma al edificio.

Hasta antes de ese día, no sabía qué pedo con ese edificio del Archivo General. Sí que lo había visto, su fachada de hormigón descubierto y sus formas cúbicas rígidas le dan un aire soviético, pero mágico a la vez. Como una fortaleza inaccesible que resguarda en sus muros reforzados a toda la identidad nacional y sus desatinos con la historia moderna. Así de mamalón está el recinto. Y si uno pasa sin asunto por ahí, desde la ventana del auto se pueden observar unas fuentes en el medio que pudieron ser cubos de concreto arrojados por una cultura alienígena avanzada para aterrorizar a los habitantes de la Avenida Fray Antonio Alcalde.

Cuando finalmente pude ingresar a legalizar mi acta, vi que la fila en la oficina no era tan larga, y la gente atendía de una manera cordial. Era inverosímil, pero a lo mucho me demoraron diez minutos para preguntarme hacía que país iba dirigida mi acta, recibir mis demás documentos y para darme un recibo que de pago de impuestos que tendría que erogar en la recaudadora. Hasta hí todo maravilloso, me sentía en Suiza.

Para ir a la recaudadora había que salir del edificio -un detalle estúpido que no pude minimizar- darle la vuelta a la esquina y volver a ingresar por la parte trasera. Caminé por un costado del edificio; era una calzada no tan larga que estaba sombreada por la altura de la cara lateral del Archivo General. Cada paso se sentía como un andar en el purgatorio, con gente detenida en una fila interminable cuyos rostros eran de embargo, de desesperanza, de aburrimiento. Obviamente tuve que preguntar cuál de todas las filas era para la recaudadora. Era la más larga, por supuesto.

Después de unos veinte minutos en la fila, un empleado del Gobierno del Estado, nos permitió entrar en grupos de diez, pero sólo para acompañar a otra fila larga, cuya única diferencia era que bordeaba el balcón del primer piso del edificio y era casi inmóvil, tenía un ritmo tortuoso, como si en la recaudadora hubiese una barricada donde las almas que querían pagar impuestos caían. Una hora, una hora y cuarto y por fin un ligero movimiento de 10 o 15 metros.

Y no todo era malo, a pesar de aguantar las ganas de mear para no perder el turno, había belleza por todos lados. Por ejemplo, si uno mira hacia abajo, el edificio tiene una plazoleta con jardineras. Intencionalmente se puede ver todo desde ahí, la gente hace una danza extraña con su ir y venir. El mismo diseño del edificio crea un efecto con las sombras; sombras duras que se desplazan de izquierda a derecha y se disipan hasta que la luz es cenital, pero mientras esto ocurre, sus paredes corrugadas crean efectos que son muy agradables. Después de dos horas aguardando y cuando estaba a punto de mi turno, salió un policía panzón para informar que no había luz, que era imposible seguir atendiendo. La mayoría de los que aguardaban ahí, abortaron la misión, pero yo seguí aferrado, porque no quería perder mi turno y pensé positivamente que la luz regresaría. Hasta que me dieron las 12:30, decidí que no podía seguir ahí con la esperanza de que la CFE hiciera su chamba bien. La luz no llegó, y nunca pude pagar el derecho para hacer mi trámite ese día.

Pero no me fui encabronado, ya uno sabe cómo funcionan las cosas en este país. Al contrario, al llegar a mi trabajo busqué la ficha técnica del Archivo General del Registro Civil.

¨El arquitecto suizo llamaba bêton brut (“concreto en bruto”) al acabado rugoso que utilizó para sus edificios de aquella época. Los arquitectos brutalistas, como Zohn, concibieron la volumetría de sus proyectos como elementos de expresión escultórica: para ellos el concreto aparente fue el material idóneo por su moldeabilidad¨

¨La obra más representativa de dicho expresionismo volumétrico es, sin duda, el proyecto para el archivo general de Jalisco, comenzado en 1985 y construido por Zohn en Guadalajara en 1990¨

Para mí la arquitectura te debe abrumar, al pasar la puerta de un edificio debes sentir una atmósfera, un estado mental distinto al de la calle, y no sentir que ingresaste a una caja de zapatos. El edificio del Archivo General me hizo sentir que estaba en un tiempo distante, como si estuviese en la aduana de un universo para entrar a otro. Por eso odio el minimalismo porque su pragmatismo es aburrido. Al final me valió madres no finalizar mi trámite. Me daba gusto dar otra vuelta y entrar a ese edificio de nuevo.

Por: Beto Sigala