Beto Sigala,  Notas

Historias futboleras infames

Mi relación con el fútbol de estos días es muy mala, por no decir que aborresco el fúbol moderno. Pero alguna vez fui un aficionado recalcitrante que en sus años de juventud, invertía mucho tiempo jugándolo y yendo al estadio, hasta que después de la copa del 2010 algo muy malo pasó en mi interior, me hice más cínico y ese deporte perdió su encanto en mi. Aún así, tengo un palmo de historias ridículas que me gusta recordar porque me hicieron el orgulloso amargado que soy ahora.

En 1988 un compañero de mi salón llevó un cartel de Ruud Gullit -era una muy buena y colorida ilustración de Gullit caricaturizado- Al ver el cartel me enamoré, y en cuánto pude le pedí que me lo vendiera. Me contestó que los vendían en la papelería, pero no me resistí y le ofrecí el doble del valor de que él había pagado, y mi compañero no se resistió y me lo vendió. Acababa de terminar la Eurocopa de 1988, La Naranja Mecánica ganó la final contra la URSS, pero en el camino echó a los odiosos alemanes, y yo gané un hermoso poster de Gullit.

Por esa misma época más o menos, mi jefe y yo teníamos la costumbre de ir mucho al estadio a ver fut. A las Chivas, a los Leones Negros, al Atlas, incluso a los Tecos de la UAG. Un día fuimos a ver un partido de Atlas contra Atlante. El estadio estaba a reventar y me dieron ganas de hacer caca. Mi papá me acompañó al baño y cuando regresamos, nuestros asientos estaban ya ocupados por alguien más. El Atlas estaba perdiendo, pero casi al final entró un cabezazo de Mariscal y el partido terminó 1 a 1. No estuvo tan mal, vimos dos goles. El pedo fue que cuando regresábamos a la casa, un borracho en un ford pickup de los setenta, no respetó le prelación de paso y despedazó todo el frente de nuestro vochito. Sentí que iba a morir, me asusté mucho, sólo recuerdo el impacto y que mi papá me protegió con su brazo derecho. Un señora que salió a ver el choque me ofreció pan, mientras mi papá se arreglaba con el tarado aquel. Al final no hubo algo grande que lamentar, pero nunca más volvimos a ver al Atlas.

En mi segundo año de prepa, quise probar suerte en la selección de fútbol de mi escuela. Hubo un tryout, y no quedé seleccionado, pero le pedí chance al Profe Napoles -el entrenador- de ir a entrenar con el equipo para hacer ejercicio y aprender algo de fut. El Profe accedió. Al correr de los meses nos hicimos compas y el equipo me adoptó, como mascota, pero me adoptó. Yo era un gordito entusiasta que acudía a todos los entrenamientos, mas nunca pude pasar de comparsa y aunque tenía chispazos de brillantez y buen toque, no llegaría ser un titular ni algo parecido en ese equipo. Una tarde, interrumpieron las clases para presentar en el patio a los equipos deportivos que representarían a la Preparatoria Zuno en el torneo de escuelas Maristas. Nombraron a todos mis compañeros, pero adivinen a quién no nombraron. Tenía esperanza de entrar al equipo, pero no. La realidad fue muy dura para un chico de 17 años con baja autoestima. Nunca se lo platiqué a nadie, pero ese día lloré en silencio en el baño de la escuela durante un rato. El fútbol se terminó para mi, luego del torneo en el que fui auxiliar técnico del Profe Napoles. Mis ¨amigos¨ me gritaban desde las gradas: ¨Órale gordo, las aguas¨. En la foto del anuario aparecíamos en entrenador y yo, codo a codo. Teníamos una panza casi del mismo tamaño.

Durante el Torneo de Invierno ´97, las Chivas andaban muy bien. Un compa y yo fuimos a ver un Chivas vs Toros Neza que era la última fecha antes de la Liguilla. Fue un partidazo. Mi amigo y yo no llevábamos mucha feria, lo suficiente para comprarnos una cagua en bolsa afuera del coloso. Antes de ingresar a la parte alta del Estadio Jalisco, un guardia nos dijo que no podíamos entrar con cheve. Nos tomamos la cagua de Hidalgo y cuando comenzó el juego ya estábamos jaladones. Con la emoción del juego compramos más cerveza y gastamos todos el dinero que habíamos llevado y sólo dejamos los respectivos $2.50 pesos para el camión de regreso. Salimos muy felices y mientras esparábamos el Ruta 300, vimos a Manolo Martínez subirse a un auto lujoso en las afueras del Monumental. El camión no pasaba y ya eran como las 11 de la noche. Entonces comenzamos a caminar por la Calzada y luego bajamos por Circunvalación. Vimos de lejos al último Ruta 300, corrimos para alcanzarlo, pero fue inútil. Tuvimos que tomar un taxi, pero fuimos todo el camino con el culo en la mano pensando en si los jefes de mi amigo nos iban a alivianar para pagarle al taxista.

Cuando juegas fut, nunca, nunca debes de perder de vista el balón. Aprendí esto de la manera más gráfica. Una vez durante un entrenamiento de la selección de la Prepa, el ariete del equipo disparó con todo el rencor de su pierna, y como a mi me tapó en balón otro defensor, el tiro se estrelló directo en mi rostro. Fue como recibir un disparo a quemarropa. Quedé tendido en la grama viendo pajaritos. No perdí el conocimiento, pero me sentía muy mareado. El fut a veces es cosa seria. Por eso nunca debes dejar de ver el balón, por eso a veces mi cerebro se desconecta por lapsos, en uno de esos lapsos fui a un festival de reggae a la Concha Acústica.

Mi tío Felipe estaba enfermo con el Guadalajara, quería que lo acompañáramos cada quinece días al Jalisco, pero eso era imposible. Un domingo de esos, 10 de mayo en específico, fuimos a ver a las Chivas contra el Morelia. Mi jefe compró dos numeros de la quiniela que organizaba el papá de Zully Ledesma. Cayó el primer gol de Everado Begines y me gané la quiniela. Nunca en mi vida he podido volver a ganar algo más que reintegros en el ráscale o Sabritas gratis. Una especie de maldición cayó sobre sobre mi ese día. El Guadalajara quedó eliminado, pero yo salí con $200 pesos en la bolsa.

Por: Beto Sigala