Sísifo moderno
Algún día lo escribí en un intento de novela, o tal vez lo robé de algún verso del que olvidé el autor. Siempre he comparado el trabajo moderno, con el mito Sísifo. Es decir, un castigo eterno que no tiene un origen definido, pero que condena a los seres humanos de estos tiempos, a cargar una piedra hasta la cima de un monte con el único propósito de ver rodar la piedra cuesta abajo, sólo para comenzar de nuevo al día siguiente.
Y es que en mi experiencia, he conocido a muy poca gente que diga de forma trillada, ¨mi trabajo es mi pasión y me apasiona tanto que no lo siento como trabajo¨. Una de dos. O yo ya he enloquecido a consecuencia de mal salario, jornadas de trabajo duro sin reconocimiento y malos tratos, o es que de verdad, esa gente que disfruta del trabajo vive en la negación.
Al caso, da lo mismo, el ser humano se tiene que hacer a la idea, dignificarse en la humillación patronal, regocijarse en los días de asueto y consentir el tedio de los días interminables, contando cada misterio del rosario de la esperanza fijando la mirada en la promesa redentora de unas vacaciones próximas.
Quizás los hijos juegan un papel fundamental en la resistencia del trabajador moderno. Cada padre, a menos que sea un ¨Chakiras¨, se doblega ante los hijos y la fijación que tenemos los que somos papás de hacerlos seres humanos plenos. Si hubiera una motivación más grande sería un buen sueldo, pero en este país rara vez encontramos esa variable, así que, levantarse temprano para ser esclavo del café y lidiar con el tráfico, la interacción laboral y el absurdo cotidiano, tiene mucho que ver con el bientestar familiar. Por eso en mi memoria siempre está esa imagen de Homero Simson, soportando la embestida de sometimiento de su patrón autoritario al mirar una foto de su hija menor. O como diríamos acá en la región 4 del universo ¨El orgullo no engorda, trágueselo¨.
Y bueno, así de esa manera se pasan los años. Te miras al espejo, y tienes más canas, más barriga, más ojeras, tal vez diabetes o hipertensión, pero el mundo no ha detenerse y con algo de fortuna un buen día vendrá algo mejor que lo que sucede en turno; un boleto ganador de lotería, un negocio que finalmente nos de la tan anhelada independencia financiera.
Así, se me han pasado más de veinte años. Y la piedra cada vez pesa más, sobre todo cuando te piden que te pongas la camiseta, o cuando tus empleadores te hacen ver que eres afortunado de tener trabajo, aunque ese trabajo te esté dejando como el gato de Schrödinger.
No todo es tan depresivo a fin de cuentas. Si no hubiese un trabajo, creo que la cosa estaría más dramática. Ha habido buenos momentos, se me han borrado muchos a causa de trabajar bajo láminas de asbesto, pero hay algunas buenas historias, como la vez que se fue la luz e hicimos carreras cronomentradas con un patín del diablo, o la vez que un guardia de seguridad estrelló una de las unidades contra el muro del almacén. Después de todo, en el trabajo conocí a la mujer que amo. Luego, está el camino al trabajo que recorro en bicicleta y siempre es entretenido. Antes había perros, ahora hay gatos ferales que merodean las oficinas. Están los momentos en que como cacahuates y las charlas de café con los compañeros que se prolongan en los días tranquilos. Está es aislamiento del mundo exterior cuando me siento abrumado por los dilemas y también está la hora de salida.
Tal vez los dioses nos levanten el castigo algún día. Yo no pienso esperar hasta que llegue la jubilación.
Por: Beto Sigala